viernes, 15 de enero de 2021

EL COLGANTE

«La primera vez que vi robar a mi madre no alcanzaba la edad de siete años. Ocurrió en una estación de autobuses y sustrajo un colgante del bolso de una mujer que lo había dejado abierto y enganchado de una silla mientras se dirigía a la barra a pedir una consumición. Una vez hurtado el objeto, mi madre, sin prisa y sin pausa, me arrastró fuera del local y nos dirigimos a nuestro coche. Ella daba por finalizada su jornada laboral.

»Los ladrones de poca monta podemos ejercer nuestro oficio porque la gente confiada no puede imaginar que a su alrededor surjan cacos dispuesto a dejarlos en pelota si se les presenta la menor ocasión.

»Según mi abuela, que me crió y me conocía mejor que nadie, yo apuntaba formas para el oficio desde pequeña ya que solía traerme de la guardería la plastilina escondida en las braguitas. Por lo tanto, no podía extrañarme cuando el juez de menores me explicó que no le quedaba más remedio que mandarme a un reformatorio donde permanecería recluida durante dos años por diferentes delitos. Tenía quince años».


La mujer cerró el libro, levantó la cabeza y miró a la clase:
 
—Os acabo de leer parte del prólogo de este libro que publiqué hace tres años y que estará incluido en el material con el que trabajaremos este cuatrimestre. En una semana, sobre mi mesa, espero un trabajo escrito a mano donde tracen un esbozo del perfil de la adolescente que fui yo.

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