jueves, 17 de diciembre de 2020

LA HERMANDAD

 LA HERMANDAD


Sé que estoy muerto. Mi cuerpo tumbado en el suelo junto al libro de jurisdicción heredado de mi abuelo, lo mismo que esta profesión de abogado que siempre he odiado y mi larga experiencia como juez levantando cadáveres, me avalan y puedo verificar que efectivamente estoy muerto.

Mañana, a eso de las ocho, mi mujer encontrará mi cuerpo. Histérica, llamará a la policía iniciando el protocolo establecido para estas situaciones. Tras la policía, llegará el forense seguido por el juez de guardia. El médico testificará que llevo muerto unas ocho horas aproximadamente y que cualquier otra pregunta la responderá después de la autopsia.

Para tranquilidad de todos, el doctor acreditará el infarto causado por mi afición a la buena mesa y al tabaco,  sospechosos de mi defunción.


Nada se sale de los cauces normales establecidos. Ninguno de ellos conoce mi pertenencia a la Hermandad del Silencio. Ningún parecido con las cofradías de la Semana Santa. Nosotros nos dedicamos a cosas más terrenales, tales como facilitar en la medida de lo posible la vida a los miembros de la institución. El número de socios de la hermandad es limitado. Exactamente lo mismo que ocurre con los componentes de la Real Academia de la Lengua y de cualquier otra institución que se precie. 


La espera para ocupar una plaza se eterniza. Algunos impacientes optan por diferentes atajos, pero, al final, la muerte representa la única forma de ocupar la silla vacante.

Siempre he sido consciente de la temporalidad del cargo. Solo destacar la reducida creatividad mostrada en el procedimiento a la hora de ejecutar la acción pero, como todos sabemos, la juventud es impaciente por naturaleza.

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