sábado, 18 de septiembre de 2010

El andén

6.
Un ciego, antiguo amigo de mi mujer, iba a venir a pasar la noche a casa; ése era el motivo por el cual me encontraba a las siete y media de la tarde metido en un atasco de espanto, intentando llegar lo antes posible a la estación de tren, donde debería recoger a Luis a las ocho en punto. La llamada de teléfono de mi mujer a última hora, pidiéndome el favorcito por un imprevisto en su trabajo, había sido tajante: recoges a Luis y compro nata para después de la cena.
 Mi mujer, Sara, que ése es su nombre, es así: improvisadora, desorganizada y, por lo tanto, imprevisible, claro que, según ella, todo se debe al encanto de su espontaneidad. Volvamos al problema del ciego: ¿qué sé yo del tal Luis?, que está ciego, que es masajista y que viene a un curso de Tai Chi que imparte un gran maestro recién llegado de Copenhague.
Ya sé que llegaré tarde, es imposible evitarlo. Para Sara esto no tendrá nada que ver con el encanto de la improvisación, sencillamente no habré tomado en serio su recado. En mi próxima vida, si es posible, quiero ser mujer lo tengo decidido, me gusta lo de la espontaneidad, la generosidad, los sentimientos a flor de piel, tan propios al género femenimo. Y, mientras,yo intentando bajar las escaleras de dos en dos porque las ocho hace más de un cuarto de hora que han dado y el ciego, masajista y aficionado al Tai Chi se encuentra solo en el andén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario