lunes, 4 de octubre de 2010

Un día de verano

(A Chéjov, in memoriam)


El día era caluroso, como todos los de aquel verano. Daniel, tumbado en el sofá, reposaba la comida. Ella, en la habitación de al lado, leía una novela de aventuras. Ambos esperaban el atardecer para ir a la playa.

 El timbre de la puerta los devolvió a la realidad. Daniel, de prisa, se escondió en el dormitorio, nadie sabía lo  de su escapada de fin de semana con su secretaria.

María abrió la puerta y cuál no sería su sorpresa cuando frente a ella se encontró a Sandra, la mujer de Daniel.

—Hola, María. ¿Puedo pasar? 

—Claro, Sandra. ¿Qué haces tú aquí? 

—Daniel se ha marchado con una pelandusca de fin de semana, así que he llevado a los niños con mi madre y he venido a deshogarme contigo. ¿No te importa, verdad?

 —No mujer qué va ¿Para que estamos las amigas? 

—Imaginate, despues de quince años de matrimonio, me veo en la obligación moral de pedir el divorcio, no aguanto más. 

—Tranquilízate vamos a ver las cosas despacio, no debes precipitarte. Daniel es un hombre bueno, cariñoso y seguramente está pasando por la crisis de  los cuarenta. Todo pasará y volveréis a ser una pareja perfecta. Recuerda en la universidad cuando os hicisteis novios. 

—Lo recuerdo perfectamente, era un sinverguenza y eso es lo que sigue siendo. Se ennovió conmigo por dinero. Ahora lo veo claro, siempre ha sido un impresentable. A lo largo de los años he mantenido esta farsa por mis hijos.

—Sandra, no entiendo lo que esta pasando por tu cabeza. Daniel siempre te ha querido y sabes que adora a sus hijos, que para él su familia es lo primero.

—Sabes lo que te digo, te lo regalo. Tengo treinta y cinco años y una vida por delante, los niños tarde o temprano lo superarán y si no, los llevaré al sicólogo que para eso están. 

María vio la determinación en los ojos de su amiga y comprendió que tenía que hacer algo. Si Sandra salía por la puerta, su vida y la de Daniel se iría al infierno. Llevaban quince años viviendo de esa niña mimada y estupida que había frente a ella y no dudó ni un segundo.

 —Sandra, ponte cómoda mientras yo preparo una limonada.

 Entro en la cocina, cogió el frasco de analgésicos y lo vació en la bebida. Una vez dormida, sería más fácil deshacerse de ella.











1 comentario:

  1. Se intuyen los sentimientos de los personajes, más no se predice el desenlace. Muy bueno Maruja.

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